– ¡A comerrr!
Quién no recuerda esta llamada, normalmente era cosa de la mamá o de la abuela. Vaya la puntería que tenían, solía coincidir con momentos clave de la diversión.
-¿Qué hay para comer?, era la pregunta de rigor.
-Lentejas
-¿Lentejas?
-Sí lentejas, “el que quiere las come y el que no las deja”
Pero, ¿era cierta esta afirmación?
En el mejor de los casos podías dejarlas y lo mismo te tocaba cenarlas, ya que no te ofrecían otra alternativa. La otra opción, comerlas, entrañaba cierto riesgo, pues si comenzabas, el plato debía quedar arrebañado tuvieses hambre real o no. “Hay muchos niños que pasan hambre”, “la comida no se tira”, “si hubieses pasado hambre en la guerra”…solía ser el repertorio de argumentaciones. Con esto no quiero decir que sea correcto incitar u obligar a un niño a comer todo, si es que no tiene realmente hambre, ya que a la larga puede que sean adultos que coman más de lo necesario por haberse desconectado de las sensaciones de saciedad y hambre. Pero esto es “harina de otro costal”.
Si nos centramos nuestra atención en comparar el patrón de alimentación anteriormente mencionado, que solía ser cotidiana en muchos hogares, con lo que ocurre hoy en día, podemos apreciar los cambios sustanciales que han acontecidos en pocos años. Es cuanto menos llamativo, el hecho de que en la mayor parte de los hogares pertenecientes a los países que llamamos desarrollados, la industria alimentaria se está ocupando concienzudamente de que tanto la frecuencia de consumo como las cantidades de las ingestas se hayan incrementado escandalosamente, a partir de productos comestibles malsanos. Solo hay que pararse a comparar el tamaño de las bolsas y paquetes de snacks, bollerías, helados, refrescos, etc cuyo formato: packs de varias unidades; bolsas familiares o XL; ofertas de 3×2; descuentos aplicables en otras compras; regalos; y otros reclamos de lo más imaginativos, son utilizados por la industria y las grandes superficies comerciales, abaratar precios pero con la intención de aumentar el consumo de los mismos y con ello aumentar los beneficios económicos que esto les reporta.
A cambio, el consumidor llena su carro de la comprar y lleva a casa un cargamento de productos con vistosos envases que tienen poco que ver con alimentos reales, y mucho con la probabilidad de padecer a medio y largo plazo alguna de las enfermedades crónicas no transmisibles cuya prevalencia va en aumento: enfermedades cardiovasculares, obesidad, diabetes tipo 2, hipertensión arterial, y un largo etc.
Es paradójico el hecho de que la cantidad y variedad de alimento disponible sea tan grande y sin embargo los niveles de malnutrición sean tan elevados.
Y ahora yo os pregunto:
¿Quién decide lo que comemos?
¿Somos nosotros los que elegimos lo que comemos o es la comida la que nos elige a nosotros?
Para salir del automatismo en el que muchas personas están inmersas, a veces toca parar, conectar con nuestro cuerpo y sus necesidades vitales reales, y tomar consciencia de en qué punto nos encontramos y hacia dónde queremos dirigir nuestros pasos. Si simplemente nos conformamos con atesorar años es una opción, pero también cabe la posibilidad de años llenos de vida y bienestar.
-Todo esto está muy bien, puede estar pensando alguno, pero, ¿por dónde empiezo?
Si es está la pregunta que resuena en tu cabeza, te responderé con otra pregunta, ¿qué es lo que no te vas a comer?
-¡Exacto!, lo único que no vas a comerte es lo que no has comprado.
Tal vez debemos repetirnos el siguiente mantra:
“Más mercado y menos supermercado”
¡¡Tú tienes la última palabra siempre, es super poder!!
Desde mi mapa….