Te invito a viajar unos 20.000 años o más, a un amplio territorio del continente europeo.
Hueso, piedra, marfil, cuevas, cuerpos de estatuas de formas redondeadas, hojas, círculos, espirales… ¿me sigues?
Y ahora siéntate alrededor del fuego, observa alguna de las pinturas de la pared de la cueva, ocres, rojos…
Hay una imagen tallada en piedra caliza, desnuda, femenina, con apariencia de estar gestando. Podría ser la Diosa de Laussel (22.000-18.000 a.C. Dordoña, Francia), ¿te ubicas?
Han colocado en su mano derecha lo que parece un cuerno de bisonte en forma de luna, trece marcas podrían representar los trece días de la fase de la luna creciente. Su mano izquierda está apoyada sobre su vientre grávido. La Diosa mira a la luna conectada directamente con el útero humano, en su forma de representar la conexión celeste y terrestre.
El escritor y mitólogo Joseph Campbell establece aquí la conexión entre el pasado y el presente:
«Las fases de la luna eran las mismas para el hombre Paleolítico que hoy para nosotros; también eran idénticos los procesos propios del útero. Existía un reconocimiento de una armonía entre el orden celeste de la luna creciente y el terrestre del útero.»
Marcela Thesz menciona en uno de sus artículos a la Luna como referencia para la medición del tiempo:
«La observación de los cambios de la luna sobre el firmamento permitió entender y registrar el tiempo desde un elemento externo a la propia percepción. Desde tempranas épocas, la humanidad comprendió el concepto de ciclo: lo que se repite, a través de la luna, pero también a través del sol, observando la naturaleza y la Tierra.»
Es factible expresar que la relación de la luna con la menstruación no deviene de la sincronía de los ciclos, sino de la consciencia y comprensión de lo cíclico. Cíclicamente la luna desaparece, la mujer sangra, las semillas brotan, la vida llega, sin que, en su momento, fuera posible comprender la naturaleza de estos fenómenos.
Continuemos con nuestro viaje:
Unos km más hacia el sur, en Alto Garona, encontramos a la Diosa de Lespugue. Es una pequeña estatua tallada sobre marfil, los brazos apoyan sobre sus pechos que penden fundiéndose en su vientre redondeado y si observas las caderas estas son desproporcionadamente grandes con respecto a otras partes del cuerpo, resaltando así el misterio del cuerpo femenino como el misterio de los nacimientos, el misterio de la vida.
Bajo estas, hay trazadas diez líneas verticales, asemejándose a las aguas de parto. Diez líneas representando los diez meses lunares que dura la gestación en el útero humano. Estas figuras femeninas más allá de representaciones de mujeres locales de aquella época o cánones de belleza, nos hablan de las mentes de nuestros ancestros más primitivos y la manera en que ellos interpretaban la realidad a través del ARTE. Estas figuras femeninas son las primeras representaciones artísticas humanas, y son estas representaciones de Venus Paleolíticas que se van encontrando en una inmensa área de este viaje que abarca desde la región de los Pirineos hasta Siberia.
No es una representación aislada, sino que estos cuerpos femeninos son la imagen central de la cosmovisión indígena europea.
Marija Gimbutas describe así:
“El aspecto potencial por el que la Diosa proporciona la vida y propicia los nacimientos, es uno de los más antiguos que se pueden detectar, y también uno de los que mejor se ha conservado en la cultura popular europea (…)
Las funciones de la Diosa embarazada están relacionadas con la fertilidad, la renovación y la multiplicación. El proceso estacional de despertar, crecer, engordar y morir implica tanto a los humanos, como a los animales y plantas (…)
Y de nuevo se pueden observar los poderes de la Tierra, haciendo nacer y crecer cuanto está presente en los seres vivos. El embarazo o la gordura de una mujer o un animal se consideraba tan sagrados como el estado vivificador de la tierra antes de su florecimiento en primavera”
Por lo que no podemos simplemente limitar el significado de estas representaciones a imágenes de fertilidad de modo que:
(…) Para intentar devolver a las figuras del Paleolítico su propia dignidad original, preferimos designar esas imágenes sagradas a los poderes del universo que dan vida, alimentan y regeneran con el nombre de “Diosa Madre” o simplemente “Diosa”. Lo importante es que en todas las culturas ya sea su organización simple o compleja, hallamos una experiencia de dimensiones sagradas. Esto sugiere que lo sagrado no es una etapa en la historia de la consciencia, sino un elemento de la estructura de la consciencia que pertenece a todos los pueblos de todas las épocas. Es pues, parte del carácter de la raza humana, quizá la parte esencial.
(El mito de la Diosa. – Baring y Cashford)
Volviendo a nuestro viaje y al llevar la mirada a la “Gran Madre” creadora, donde los seres humanos y la demás criaturas y seres son reconocidos sus hijos formando parte de un Todo (Y es que es hasta día de hoy que utilizamos la palabra Madre, para referirnos a Ella, a la Madre Naturaleza), descubrimos a la Diosa de Willendorf (Austria) ,en piedra caliza: Sus brazos al igual que con la Diosa de Lespugue, descansan sobre unos grandísimos pechos. Peculiarmente la cabeza de esta Diosa, está formada por siete capas horizontales que la rodean.
El número siete, podría ser casual, pero siete son los días que componen un cuarto de ciclo lunar, y siete los planetas. En la región que hoy corresponde a Dolní Vestonice (República Checa) la vara de marfil, o estatuilla de marfil de Pavlov, los pechos son el centro principal de significado, abstrayéndose de todo lo demás y donde la lactancia lo abarcaba todo. “Incluso el más tenue diseño estelar fue visto alguna vez como gotas iridiscentes de leche manando del pecho de la diosa madre: la galaxia que terminó por denominarse Vía Láctea.
Podemos encontrar también a lo largo de este viaje representaciones de la madre creativa de manera más abstracta a través de símbolos triangulares representando la vulva y la matriz femenina, teniendo algunas talladas semillas, hojas, ondas, representando simbólicamente un útero cósmico como fuente también del agua y del mundo vegetal.
Cuando hablamos del Arquetipo de la Gran Madre, se entiende una imagen primordial a través de la cual la psique representa una idea o concepto, mediante el cual la psique humana podía comprender y expresar ideas. Debieron ver cómo la vida surge del vientre crecido de una mujer y así imaginaban y representaban el universo, la tierra: como madre que todo lo da. A esta percepción maternal de la Naturaleza contribuyó el tipo de organización social de las primeras comunidades humanas y parece estar muy alejado de las ideas de cazadores guerreros no sintientes. Cualidades femeninas como el cuidado de la tierra y la no violencia fueron valoradas en estas sociedades siguiendo un modelo colaborativo. Clave de la fraternidad de la mayor parte de estas culturas cazadoras y recolectoras.
Gimbutas realizó un estudio interdisciplinar de más de 3.000 yacimientos del Neolítico europeo que, al igual que en el Paleolítico superior, la Gran Madre a través de estas representaciones femeninas era representada como dadora de vida, muerte y regeneración. En conclusión, según escribe Tanner, la mujer recolectora parece haber desempeñado el papel más crucial en la evolución de nuestra especie.
Sirva pues este ancestral mito como punto de partida para la recomposición de la cosmovisión indígena europea, la cual fue en un tiempo similar en esencia a la de otras culturas del mundo que sintieron, sienten y sentirán que la Tierra es nuestra Madre, y que, en su amor, respeto y defensa radica el futuro de las próximas generaciones.
Como humanidad y como mujeres seguimos portando ese Misterio.